sábado, 2 de fevereiro de 2013

AQUEL RIACHUELO


Por Yolanda Cañizares Martínez (Cuba)

    Aquel riachuelo recordaba cuando corría con ímpetu entre los riscos, entonces sus aguas eran claras, transparentes. Todos decían que era como un cristal donde estaban pintados la imagen verde de los árboles y el azul del cielo.
    ¡Qué orgulloso se sentía! Muchos lo alababan, admiraban la blanca espuma que su agua pura formaba. Algunos disfrutaban al hacer zambullidas en él. Pequeños pececillos habían hecho allí su hogar.
    Ahora todo era recuerdo. La gente botaba en él todo lo inútil, porque según ellos era un lugar cercano y nadie lo impedía. Las industrias le vomitaban sus desperdicios porque él ayudaría a llevarlos hasta el mar. Científicos indolentes miraban como su cause se secaba y solo quedaban restos de agua verdosa y maloliente. Alegaban que ya no valía la pena ocuparse de él, que era insalvable. Los árboles de sus orillas se habían secado y el silencio iba sustituyendo a la vida en el lugar.
    Cuando los cartógrafos confeccionaron un atlas cincuenta años después, el riachuelo no aparecía en él, había dejado de existir. El hombre fue su asesino.

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