Silencio de
cal y mirto.
Malvas en las
hierbas finas.
La monja borda
alhelíes
sobre una tela
pajiza.
Vuelan en la
araña gris,
siete pájaros
del prisma.
La iglesia
gruñe a lo lejos
como un oso
panza arriba.
¡Qué bien
borda! ¡Con qué gracia!
Sobre la tela
pajiza,
ella quisiera
bordar
flores de su
fantasía.
¡Qué girasol!
¡Qué magnolia
de lentejuelas
y cintas!
¡Qué azafranes
y qué lunas,
en el mantel
de la misa!
Cinco toronjas
se endulzan
en la cercana
cocina.
Las cinco
llagas de Cristo
cortadas en
Almería.
Por los ojos
de la monja
galopan dos caballistas.
Un rumor
último y sordo
le despega la
camisa,
y al mirar
nubes y montes
en las yertas
lejanías,
se quiebra su
corazón
de azúcar y
yerbaluisa.
¡Oh!, qué
llanura empinada
con veinte
soles arriba.
¡Qué ríos
puestos de pie
vislumbra su
fantasía!
Pero sigue con
sus flores,
mientras que
de pie, en la brisa,
la luz juega
el ajedrez
alto de la
celosía.
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