Por Yolanda Cañizares Martínez (La Habana, Cuba)
Erich Dehmel, oficial jefe del campo de
concentración alemán, tenía en sus manos una carta dirigida a él por
su gran
amigo el médico cirujano, el Dr. Mesmer, quien después de haber trabajado en
ese campo durante algún tiempo, había sido trasladado.
Dehmel la abrió y la leyó:
Querido Erich:
Estoy ya en los umbrales de la muerte y no quiero
irme de este mundo sin confesarte algo, no quiero llegar ante Dios con el cargo
de conciencia por no habértelo dicho.
Cuando sufriste el atentado y te trajeron muy mal
herido, enseguida supe que necesitabas urgentemente una transfusión. Ordené un
análisis para determinar tu tipo de sangre. Con sorpresa y angustia vi que eras
O negativo, un tipo escaso y difícil de encontrar. Urgentemente me dediqué a
buscar en los archivos la probabilidad de encontrar otra persona dentro del
campo que tuviera ese tipo de sangre. En encontrarla estaba tu salvación.
Pude hallarla milagrosamente. En ese momento pensé
no decirte nunca nada, pero ahora que estoy moribundo decidí hacértelo saber.
Ese tipo de sangre solo la poseía uno de los presos del campo. Así que le debes
la vida a un judío, tuve que hacerlo, no tenía otra opción que infiltrarte
sangre judía.
Ojalá Dios se apiade de mí y que tú sepas
perdonarme.
Tu amigo que se despide del mundo y de ti,
Dr. Mesmer.
Erich Dehmel, palideció y la carta cayó de sus
manos.
Nenhum comentário:
Postar um comentário