sábado, 2 de fevereiro de 2013

ALEGRÍA Y DOLOR


Por Yolanda Cañizares Martínez (Cuba)

  ¡Su pobre madre! Él había estado en los brazos de muchas mujeres, pero como los de su madre no había sentido otros. Sus brazos le habían dado ternura, comprensión y perdón muchas veces. Su vida loca molestaba a todos, menos a su madre. Ella lo justificaba, le atribuía razones. Nunca lo había herido, por el contrario, lo había sanado de los golpes que él se había buscado en la vida.
Cuando su hermana vino a avisarle que su madre estaba en el hospital con hemorragias y necesitaba sangre, se volvió loco, sintió como si un gran abismo quisiera tragárselo.  Perdonarle a ella, que muriera y lo dejara sin su dulce presencia, pensaba que le sería imposible.
  Corrió desesperado, le parecía que nunca llegaría al banco de sangre, porque algo quería impedirle que la salvara.
  Ya todo había terminado. Sentía una mezcla de alegría y dolor. Su madre no había podido esperar a la transfusión, se había ido antes, ese era el dolor; pero la alegría estaba en que ella nunca sabría lo que estaba escrito en el papel de su análisis de sangre, que le había entregado la enfermera: VIH-positivo.

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