quarta-feira, 1 de janeiro de 2014

PRODIGIO (CON REMEMBRANZAS DEL CUENTERO MAYOR)

Por  Yolanda Marta Cañizares Martínez (Havana, Cuba)

— Santos y buenos días — dijo la Muerte, y ninguno de los presentes la pudo reconocer.
No, no. Fue, que no, que no la quisieron reconocer en aquella figura de trenza retorcida, sombrero y mano amarilla al bolsillo, porque la Esperanza, con presencia expectante, permanecía junto a quienes en la penumbra allí esperaban: Un pequeñuelo sobre el lecho con rostro macilento, ojos cerrados y lánguidos latidos de su corazón con vida huidiza, los padres, con las manos agarradas y las cabezas gachas y la Tristeza, triste junto a ellos. Testaruda la Muerte, y queriendo ser la protagonista, decidió esperar también, mientras se decía para sí con alegría complacida: ¡Cumplido está!
Sorpresivamente, con una luz que penetró e hizo desaparecer la penumbra, se escuchó el prodigio: Tenemos un corazón donado compatible.

En los labios del niño con ojos cerrados, una débil sonrisa se dibujó. Los padres miraron hacia la luz y se sonrieron, la Esperanza también lo hizo. La Tristeza se alejó, la Muerte se desvaneció y la Vida se regocijó.

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