Por Jorge Luiz Borges (Buenos
Aires, 1899 – Genebra, 1986)
I
En su grave rincón, los
jugadores
rigen las lentas piezas.
El tablero
los demora hasta el alba
en su severo
ámbito en que se odian
dos colores.
Adentro irradian mágicos
rigores
las formas: torre
homérica, ligero
caballo, armada reina,
rey postrero,
oblicuo alfil y peones agresores.
Cuando los jugadores se
hayan ido,
cuando el tiempo los haya
consumido,
ciertamente no habrá
cesado el rito.
En el Oriente se encendió
esta guerra
cuyo anfiteatro es hoy
toda la tierra.
Como el otro, este juego
es infinito.
II
Tenue rey, sesgo alfil,
encarnizada
reina, torre directa y
peón ladino
sobre lo negro y blanco
del camino
buscan y libran su
batalla armada.
No saben que la mano
señalada
del jugador gobierna su
destino,
no saben que un rigor
adamantino
sujeta su albedrío y su
jornada.
También el jugador es
prisionero
(la sentencia es de Omar)
de otro tablero
de negras noches y de
blancos días.
Dios mueve al jugador, y
éste, la pieza.
¿Qué Dios detrás de Dios
la trama empieza
de polvo y tiempo y sueño
y agonías?
(1960)
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