Y luego fue la
sangre y la ceniza.
Después quedaron
las palmeras solas.
Cuba, mi amor, te
amarraron al potro,
te cortaron la
cara,
te apartaron las
piernas de oro pálido,
te rompieron el
sexo de granada,
te atravesaron
con cuchillos,
te dividieron, te
quemaron.
Por los valles de
la dulzura
bajaron los
exterminadores,
y en los altos
mogotes la cimera
de tus hijos se
perdió en la niebla,
pero allí fueron
alcanzados
uno a uno hasta
morir,
despedazados en
el tormento
sin su tierra
tibia de flores
que huía bajo sus
plantas.
Cuba, mi amor,
qué escalofrío
te sacudió de
espuma la espuma,
hasta que te
hiciste pureza,
soledad,
silencio, espesura,
y los huesitos de
tus hijos
se disputaron los
cangrejos.