domingo, 1 de dezembro de 2024

TATUAJES

Por Maria Vilalta (San Lorenzo, Prov. de Santa Fé, Argentina)


El muchacho tenía un largo tatuaje en el cuello. La mujer esperaba su turno. El uniforme de trabajo parecía darle una pátina de orgullo.

La mujer cincuentona le preguntó ¿Qué es?  Ese cuello casi negro la había intrigado.

Una máquina, dijo él. ¿No te da miedo? Insistió ella. La miró con algo de desprecio.

Ella avanzó para completar el trámite en Aguas del Estado y se olvidó del asunto.

Por la noche no sabríamos si fue la pregunta ¿No te da miedo? O la casualidad que la máquina se activó. Trituró todo el cabello del joven que amaneció pelado. Sonambulismo, dijo él. Se preocupó recién a la segunda noche:  vio un charco de sangre junto a la almohada y media oreja arrancada.

Dicen que no tuvo tiempo, escuchó la mujer cuando regresó a completar su trámite a los cinco días.

¿Qué pasó? ¿El muchacho del tatuaje?

¡Señora, no pregunte! Tenemos suficiente con que haya caído aquí. Algo lo estaba comiendo.

¡Ah!

¿Quiere pasar de una vez?

No, gracias volveré en otro momento. Puede que la máquina siga su camino.

¿Qué máquina?

La mujer no llegó a contestar, sintió la punzada en su dedo gordo. Después vino lo de la sangre.

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