Por Maria Vilalta (San Lorenzo, Prov. de Santa Fé, Argentina)
El
muchacho tenía un largo tatuaje en el cuello. La mujer esperaba su turno. El
uniforme de trabajo parecía darle una pátina de orgullo.
La
mujer cincuentona le preguntó ¿Qué es? Ese
cuello casi negro la había intrigado.
Una
máquina, dijo él. ¿No te da miedo? Insistió ella. La miró con algo de
desprecio.
Ella
avanzó para completar el trámite en Aguas del Estado y se olvidó del asunto.
Por la
noche no sabríamos si fue la pregunta ¿No te da miedo? O la casualidad que la
máquina se activó. Trituró todo el cabello del joven que amaneció pelado.
Sonambulismo, dijo él. Se preocupó recién a la segunda noche: vio un charco de sangre junto a la almohada y
media oreja arrancada.
Dicen
que no tuvo tiempo, escuchó la mujer cuando regresó a completar su trámite a
los cinco días.
¿Qué
pasó? ¿El muchacho del tatuaje?
¡Señora,
no pregunte! Tenemos suficiente con que haya caído aquí. Algo lo estaba
comiendo.
¡Ah!
¿Quiere
pasar de una vez?
No,
gracias volveré en otro momento. Puede que la máquina siga su camino.
¿Qué
máquina?
La
mujer no llegó a contestar, sintió la punzada en su dedo gordo. Después vino lo
de la sangre.
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