Por Yolanda Marta Cañizares Martínez (Havana, Cuba)
La envidia salió en búsqueda de víctimas para
ejercer su magisterio: crear el disgusto y sembrar la rivalidad y los malos
deseos.
Encontró a dos buenos amigos, ella sabía que la
amistad, a veces puede convertirse en un buen caldo de cultivo para ella.
Eran dos amigos que habían estudiado juntos, se
habían hecho cirujanos, trabajaban juntos.
La envidia penetró en uno de ellos, en el que ella
estaba segura era el más débil, su mejor posibilidad.
El ahora envidioso comenzó a ver en su amigo a un
rival, vio que poseía mejores habilidades quirúrgicas que él, era el que se
llevaba el éxito, él era el segundón. Hasta ahora no lo había pensado, pero la
envidia se lo hacía ver.
Con alegría descubrió un día que su amigo, a
escondidas, se había hecho adicto a las anfetaminas y desechó la idea de dar
consejos, decidió hacer silencio. Esta adicción podía hacerle caer en un error,
esa sería la oportunidad para llevarse él la gloria al enmendar el error.
La oportunidad se dio cuando un día, antes de la
operación, él pudo ver el temblor en las manos del amigo. Allí estaba el
momento de la probabilidad. Ese día podía ser el día.
Cuando el error efectivamente se presentó, las manos
envidiosas no pudieron salvar la vida.
Entonces la envidia supo que la torpeza la había
vencido.
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